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Mostrando las entradas de mayo, 2016

El verano

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Acabo de leer un poema que habla sobre el verano, la ciudad y el universo. El verano es confundido con el universo y el universo con la infancia. En esta ciudad, de donde tampoco me he mudado, se vive un verano eterno que llevado a cuestas veinticinco años ya no es lindo. No podría confundir este verano con el universo y mucho menos con la infancia. Me obsesiona mucho el universo y me pregunto cosas al mirar hacia arriba, pero hace tanto tiempo que no miro para allá que se me han olvidado nuestras conjeturas sobre las estrellas, he olvidado tejer mis preguntas para hacértelas a vos mientras te quejás por los mosquitos. Ya no recuerdo mucho mi infancia de areneros y loncheras, se me desdibujan las escenas porque el verano carcome, hace marchitar las hojas de las espinacas que sembré. No me deja sentir la dulce depresión que se instala en los días de frío, no me deja anhelar irme lejos; sólo pienso en vivir los días rápido, que pase ya el calor, que pase ya el verano eterno, la ausencia...

Mi barrio

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La calle es larga, de un lado es la novena E y desde mi casa empieza la novena B, el barrio huele a arepa con queso y suena a novela, a salsa, a llanto de bebé. No entiendo mucho de direcciones, pero sé que los mensajeros nunca encuentran mi casa y yo no sé cómo no la ven, si tiene la fachada más fea de la cuadra y además una flecha que la hace más vistosa, la flecha señala a la derecha como diciendo “esta casa es solo un poste, para allá empieza el mundo”. Enfrente está el colegio donde estudié cuando era chica, recuerdo que siempre llegaba tarde, a veces hasta iba sin bañarme, por eso ahora sufro tanto de calor. Mi barrio es un barrio de verdad, es decir, tiene iglesia, tiendas, un supermercado, galería y parque. Mi mamá va a la galería todos los días, ese lugar al que cuando chica odiaba ir, porque tenía por dentro cerdos muertos y olía a carne inmunda. No me gustaba el señor de las hierbas, ni las miradas que le lanzaba a mi mamá. Yo voy a las tiendas y al súper; pero sin dud...

Reproche

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A  pesar de ustedes mañana será otro día Los que tanto opinan en clase por muy poco se han vendido y como perros malheridos se raparten el botín que el profesor Don grande, Don justo, Don delirante en sus garras ha servido. El aire trae un rumor que nos asquea la razón "se compran dignidades en el tercer piso de humanidades" Y por si fuera poco su hinchismo perverso los empuja al desparpajo Oh! proceder tan bajo que elimina la paciencia no podrá ninguna ciencia enseñaros de conciencia.  Isabel Caicedo

Carta que llegó a Juan

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Hola Juan, Te escribo porque siento que ayer no dije cosas que quería y es horrible no poder hablar cuando se quiere y volverse un témpano de mierda y derretirse por dentro. Quiero decirte que acepto completamente tu razón pero también pienso que esa no es la única. Siento que quise con desgano, que no puse todo de mí para que nada floreciera y sólo hasta ayer caí en cuenta de lo fría y alejada que estuve. De pronto tengo muros en el corazón, corazón coraza, miedo, desazón no sé y bueno si ni vos ni yo estamos preparados lo más sensato es no emprender nada. Pero, como te dije, a la par del miedo y de la duda fue creciendo algo en mí con vos y con la idea (o la ilusión como dices tú) de tener un cómplice y leer y escribir y estar cerca y encontrar la magia… eso es lo que hoy me duele, tener que matar eso, además de la sensación de que acabe algo que nunca empezó. Sé que estaré bien y bueno vos también, que tampoco es para tanto, pero así lo siento para decirlo ahora. Igual...

A primera vista

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Iba en el transporte masivo con música en los oídos, salía de clase y unos amigos de Bogotá que se iban a hospedar en mi casa me estaban esperando. Me monté en la primera T31 que pasó. Sentí una mirada en la nuca, volteé y eran unos ojos verduzcos que se direccionaban hacia mí desde la lejanía. Un chico de unos 23 años, delicioso, con un maletín gigante. Decidí ir hasta ahí y quedar en el puesto azul enfrente suyo. Cuando nos encontramos con los ojos, un ejército de hormigas me recorrió el cuerpo. Sin disimular el magnetismo disfruté del calor que sucedía mientras los demás pasajeros sólo iban pensando en llegar a comer y a quitarse los zapatos. Empezó entre los dos un juego insolente de encontrarse la mirada y no despegarla, nos estábamos mirando de una manera descarada, adolescente, una mirada que normalmente me da mucha vergüenza propinar, pero ahí estaban las hormigas haciendo su trabajo. Los audífonos me impedían advertir totalmente su ser, pero quitármelos hubiera sido un paso en...