Mi barrio
La
calle es larga, de un lado es la novena E y desde mi casa empieza la novena B,
el barrio huele a arepa con queso y suena a novela, a salsa, a llanto de bebé.
No entiendo mucho de direcciones, pero sé que los mensajeros nunca encuentran
mi casa y yo no sé cómo no la ven, si tiene la fachada más fea de la cuadra y
además una flecha que la hace más vistosa, la flecha señala a la derecha como
diciendo “esta casa es solo un poste, para allá empieza el mundo”. Enfrente
está el colegio donde estudié cuando era chica, recuerdo que siempre llegaba
tarde, a veces hasta iba sin bañarme, por eso ahora sufro tanto de calor.
Mi
barrio es un barrio de verdad, es decir, tiene iglesia, tiendas, un
supermercado, galería y parque. Mi mamá va a la galería todos los días, ese
lugar al que cuando chica odiaba ir, porque tenía por dentro cerdos muertos y
olía a carne inmunda. No me gustaba el señor de las hierbas, ni las miradas que
le lanzaba a mi mamá.
Yo
voy a las tiendas y al súper; pero sin duda el lugar que más disfruto es el
parque, pues últimamente he descubierto que comer helado con la brisa de Cali
es de esas pequeñas alegrías que la gente adulta guarda como una cajita
musical, que caminar por mi barrio a eso de las seis de la tarde es el mayor
acto de amor conmigo misma, y ni hablar del pandebono con gaseosa.
Cuando
voy hacia mi casa veo los vecinos que llevan años tomando cerveza en la tienda
de la misma esquina. No me gusta que sea un espacio con tanta testosterona,
pero los viernes desde las tres de la tarde ese lugar irradia musicalidad, ese
pastorita tiene guararé conmigo, y yo no sé por qué será, pero siempre que el perro
vigilante me ladra, pero al ver que soy yo se detiene y bate la cola, me siento
segura y sé que llegue a una especie de útero, llegué nuevamente a mi barrio.
Para que yo me sienta así en un barrio por desgracia tiene que ser en mi pueblo, no en mi ciudad. No creo que nunca pueda echar esas raices tan íntimas en algo tan desalmado como Madrid... pero en mi pueblo sin duda.
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