A primera vista

Iba en el transporte masivo con música en los oídos, salía de clase y unos amigos de Bogotá que se iban a hospedar en mi casa me estaban esperando. Me monté en la primera T31 que pasó. Sentí una mirada en la nuca, volteé y eran unos ojos verduzcos que se direccionaban hacia mí desde la lejanía. Un chico de unos 23 años, delicioso, con un maletín gigante. Decidí ir hasta ahí y quedar en el puesto azul enfrente suyo. Cuando nos encontramos con los ojos, un ejército de hormigas me recorrió el cuerpo. Sin disimular el magnetismo disfruté del calor que sucedía mientras los demás pasajeros sólo iban pensando en llegar a comer y a quitarse los zapatos. Empezó entre los dos un juego insolente de encontrarse la mirada y no despegarla, nos estábamos mirando de una manera descarada, adolescente, una mirada que normalmente me da mucha vergüenza propinar, pero ahí estaban las hormigas haciendo su trabajo. Los audífonos me impedían advertir totalmente su ser, pero quitármelos hubiera sido un paso en falso. Él hablaba con su amigo y azotaba la baranda del bus, pero sostenía una risa extraña y decía cosas que yo no alcanzaba a oír, hasta que en un momento exageró tanto el gesto que su amigo y yo reímos, fue ahí cuando empezó a hablarme y yo me saqué un audífono:

— íbamos para la montaña, pero nunca pasó el bus y mirá, nos quedamos con esto comprado— era una caneca de ron Marquéz. Buen gusto, pensé.

—¿Qué vas hacer ahora?, tomémonos esto—. Sentí las miradas de todos como el ojo de un pez, el muchacho que estaba sentado a mi lado también se había quitado el audífono, estaba intimidada por la concurrencia de ojos y oídos ajenos ante aquello que empezaba a ser un cortejo, el inicio de algo, cosas que siempre me han parecido muy íntimas.

Con mi idiotez a flote logré decir -me voy a ver con unos amigos- lo cual era verdad, pero no significaba necesariamente una negativa. Intenté buscar una solución para acercarme, para pedirle el teléfono sin que los demás escucharan, pero fue imposible.

— Me bajo en esta parada- dije, como proponiéndole a él que se encargara de la solución.

Nos miramos, quedé como pasmada buscando la salida entre el deseo, la pena y la inmediatez de la decisión. Entre la música de un solo oído, el tumulto y la alerta del cierre de la puerta solo pude decir —chao—, dar media vuelta e irme como una quinceañera a quién le han acabado de decir lo lindos que son sus muslos y sentir que la pena le carcome el cuerpo entero.

Al bajarme, las hormigas empezaron a morderme y una voz en off me recriminaba por lo tonta que había sido, pensé en abordar el siguiente bus, pero algo me lo impidió y empecé a caminar hacia la banca donde siempre espero. La voz no se callaba, la música sonaba y yo sentía una gran pérdida, como si un juguete favorito se me hubiera ido a un precipicio. Decidí entonces mandarle un mensaje mental, pensé en sus ojos y le dije devolvete, estoy en capri aquí voy a estar, volvé por mí. Las hormigas no paraban de atacarme. A la vez me ilusionaba el hecho de verlo llegar en los buses de vuelta, no podía ser que las hormigas sólo se me hubieran trepado a mí, yo vi cómo el calor invadía su cuerpo al mirarme, también estaban ahí dentro, lo sabía. Pasaba el tiempo, los embutidores azules vomitaban gente: flacos, viejas, antisociales, niños, oficinistas tristes, raperos, cajeras, gordos…Nada, ninguno era él, ningún maletín grande, ningunas abdominales marcadas dentro de un saco de lycra, ninguna mirada transparente. Todos seguían derecho, no les importaba que mientras sonaba una canción cubana se me iba derritiendo todo el cuerpo, la voz en off me insultaba cada que podía, se me iba calentando la cara. Ellos sólo caminaban por el sendero que los llevaba a su tibio hogar. Mientras desfilaban en esa pasarela del absurdo caí en cuenta que no estamos en una época de cosas importantes, en una época de riesgos, de ritos, de actos sublimes. Recordé que estamos en la época de lo aleatorio, de lo no trascendente, donde ningún acto tiene que ver con lo poético. Fue ahí cuando supe que así la gente se jactara de la maravilla de estar hiper-comunicados, yo jamás volvería a comunicarme con él porque la oportunidad había sido una y mi estupidez adolescente y la poca intimidad que se respira en el transporte público se habían cagado una vez más en mí.


Isabel Caicedo

Comentarios

  1. Me encantó el final, no porque el personaje no se devolviera, sino porque conozco el sentimiento de querer encontrar y hallar la ausencia de poesía.

    ResponderBorrar
  2. Me divertí todo el relato, me tuvo atrapada.

    ResponderBorrar
  3. La desgracia siempre es divertida ja ja, un abrazo Sary!

    ResponderBorrar
  4. Me pasó alguna vez algo muy parecido. Es horrible la sensación de querer escribir esa historia, que en el fondo, sabés que no va a pasar. Me gustó mucho el relato.

    ResponderBorrar

Publicar un comentario

Entradas más populares de este blog

LOS BROWNIES

Birds