Fragmentos torpes: un collage de tiempo

¿Por qué esa manía de querer poseer lo bello, entrelazarlo, ponerlo en una jaula, atraparlo entre las piernas. Por qué no simplemente dejarlo donde está, mirarlo ser y disfrutarlo desde el gozo que da la lejanía?


La sábana salió por la ventana y se posó en la cara de un prócer olvidado.


Una madre lleva de la mano a su pequeño héroe de capa, los rodachines de su maleta van marcando el camino que los aleja de la ciudad.


Cansada de ir por ahí enseñando mis tatuajes, decidí lamerlos hasta que se borren.


Hay que saberte descubrir los matices. Bogotá, ya no te me antojas tan gris.


La manía de mis ojos de dibujarte en la cara de los transeúntes.


El feo vicio de los encendedores de cambiarse de bolsillo


Terminó el mantenimiento de sueños, cielo nuevamente abierto.


Mujer: usar joyas es redundar.


Uno por sanidad también debería terminar o darse un tiempo con los amigos.


Doblo mis pensamientos en espiral.



En tus labios aún pueden leerse nuestros cuerpos, silueta de olores que dibujó el alba.


Con los días olvido tu rostro, se empaña el vidrio y tu risa se va con el viento a otras geografías.


Quiero lamerte la máscara hasta que quedés sólo vos.


Suena un blues, sobre las terrazas los ojos de los felinos iluminan la ciudad.


Mis manos se fueron hundiendo en su cuerpo como barro hasta tocar su alma. Era líquida.


Me canso de tanto ser tú.


Así quisiera cortarlo, lo que siento es infinito.


Las dudas me mordisquean la tranquilidad.


...De qué callada manera se me acerca usted mordiendo…


Qué dulce amanecer y encontrarte en mis cabellos.


La señoras que nos culpaban  ir a las novenas solo por la natilla, estaban equivocadas. También íbamos por los buñuelos, el manjar blanco y las hojaldras.


Cerrar los ojos llenos de infinito y abandonarme al dulce abismo de tus labios.


Silencio es vacío que no necesita llenarse.


Antes que me mintieras ya te había perdonado, porque tiempo atrás toqué con la palma de mi mano cada uno de tus vacíos.


Amar es tomarse de la mano e irse para volver siendo cómplices.


Mi abuela también tiene un amigo imaginario, Dios, creo que se llama.


Soy más consciente de mi memoria cuando olvido.


Ilustración: Carmen Navarro





Isabel Caicedo

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